La llegada de diciembre transforma a las grandes ciudades del mundo en auténticos espectáculos de luz. Durante unas semanas, el paisaje urbano cambia de rostro y el árbol de Navidad se erige como protagonista absoluto, no solo como adorno, sino como símbolo cultural, social y, en muchos casos, político. Más allá de la tradición, estas estructuras se han convertido en íconos turísticos que reflejan identidad, historia y creatividad a escala monumental.
En Nueva York, el árbol del Rockefeller Center encarna la postal navideña más reconocible del planeta. Un abeto noruego de más de 20 metros, coronado por una estrella de Swarovski de 400 kilos y cubierto por más de 50 mil luces LED, marca cada año el inicio oficial de la Navidad estadounidense. Su encendido, seguido por millones de personas, es tanto un ritual mediático como un motor de atracción turística en pleno corazón de Manhattan.
Italia ofrece una visión completamente distinta desde la ciudad de Gubbio, donde el árbol más grande del mundo no se levanta sobre el suelo, sino que se dibuja con luz sobre la ladera del Monte Ingino. Esta silueta luminosa, reconocida por el Récord Guinness, existe gracias al trabajo voluntario de la comunidad local y demuestra que la grandeza navideña no siempre depende de talar un árbol, sino de la imaginación colectiva.
El simbolismo alcanza un nivel diplomático en Londres, donde cada año Noruega regala un abeto que se instala en Trafalgar Square como gesto de gratitud histórica por el apoyo británico durante la Segunda Guerra Mundial. Más al sur, en Río de Janeiro, la Navidad se reinventa en clave tropical con un árbol flotante de hasta 85 metros sobre la laguna Rodrigo de Freitas, una colosal estructura metálica iluminada que combina tecnología, reflejos acuáticos y fuegos artificiales.
En otras ciudades, el árbol se integra al relato espiritual, artístico o artesanal. En Belén, frente a la Iglesia de la Natividad, el encendido del árbol proyecta un mensaje global de esperanza en una región marcada por la tensión. En Praga, la Plaza de la Ciudad Vieja combina mercados medievales y un abeto cuidadosamente decorado, mientras que en Dortmund un “árbol” construido con más de 1.200 abetos pequeños demuestra que la ingeniería también puede ser parte del espíritu navideño. En todos los casos, estos gigantes iluminados confirman que la Navidad ya no solo se celebra: también se diseña, se construye y se proyecta al mundo.
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